Estados Unidos y China se preparan para cruciales negociaciones comerciales en Suiza

Este fin de semana, en Suiza, altos funcionarios de ambos gobiernos mantienen programadas unas negociaciones trascendentales que podrían marcar un cambio significativo en un conflicto tarifario que ha agitado los mercados internacionales durante años.

WASHINGTON D.C., ESTADOS UNIDOS – Los más altos emisarios económicos de Estados Unidos y China se preparan para un encuentro crucial este fin de semana en la neutralidad helvética. Sobre la mesa, la espinosa cuestión de los aranceles impuestos por Washington, que han redefinido las reglas del juego en el comercio global. Sin embargo, bajo la superficie de las cifras y los porcentajes, yace una compleja trama de intereses estratégicos y de seguridad nacional que convierte estas negociaciones en un termómetro de la creciente rivalidad geoestratégica entre las dos superpotencias.

El presidente estadounidense, Donald Trump, en una declaración desde la Casa Blanca que coincidió con el anuncio de un nuevo y significativo acuerdo comercial con el Reino Unido, ha proyectado un optimismo calculado. Trump sugirió que los exorbitantes aranceles del 145% aplicados a una vasta gama de productos chinos podrían ver una inminente reducción. «Hemos alcanzado el pico arancelario,» afirmó el mandatario, «y anticipamos una trayectoria descendente.» Estas palabras, pronunciadas en un contexto de renovada presión económica sobre Pekín desde su retorno al Despacho Oval, buscan modular las expectativas ante una cumbre que se perfila como decisiva.

La delegación estadounidense estará encabezada por figuras de peso: el secretario del Tesoro, Scott Bessent, y el negociador comercial jefe, Jamieson Greer. Frente a ellos, se sentará el viceprimer ministro y zar económico chino, He Lifeng, un arquitecto clave de la política económica de Pekín. La elección de Suiza como sede subraya la delicadeza y la tensión subyacente en estas conversaciones, donde cada gesto y cada palabra serán meticulosamente analizados por cancillerías y mercados de todo el mundo.

Trump ha calificado las futuras discusiones de «amistosas» y anticipa que se manejarán con «elegancia«, una retórica que contrasta con la dureza de sus políticas proteccionistas. El presidente estadounidense insiste en que China posee un «interés primordial en alcanzar un acuerdo«, sugiriendo que las conversaciones podrían ser «sustanciales«. Esta confianza es compartida, al menos en apariencia, por Pekín. La viceministra de Asuntos Exteriores china, Hua Chunying, aseguró que su país tiene «plena capacidad para gestionar los asuntos comerciales» con Estados Unidos, una declaración que denota firmeza y disposición al diálogo.

No obstante, el trasfondo de estas negociaciones es eminentemente estratégico y de seguridad. Los aranceles no son solo una herramienta económica; se han convertido en un instrumento de presión geopolítica en la pugna por la hegemonía tecnológica y la reconfiguración de las cadenas de suministro globales. La administración Trump, desde su regreso, ha enfatizado la necesidad de reducir la dependencia de cadenas de suministro críticas potencialmente controladas por Pekín, especialmente en sectores vinculados a la tecnología avanzada y la defensa.

Este enfoque se ve reflejado en el reciente pacto comercial con el Reino Unido, el primero de esta envergadura desde que Trump reinstauró su agresiva política arancelaria en abril. Bajo este nuevo entendimiento, Estados Unidos reducirá aranceles sobre automóviles británicos seleccionados y permitirá un acceso limitado libre de impuestos al acero y aluminio del Reino Unido, metales considerados estratégicos para la industria de defensa y la infraestructura crítica. Este acuerdo es visto por muchos analistas como un esfuerzo por fortalecer alianzas tradicionales frente al desafío que representa el ascenso de China.

Expertos en riesgo político, como Dan Wang del Grupo Eurasia, señalan que ambos gobiernos operan bajo una «creciente presión económica interna«, lo que podría facilitar un acuerdo centrado en aliviar la situación a corto plazo. Sin embargo, las advertencias sobre el alcance real de cualquier pacto son numerosas. Stephen Olson, un veterano exnegociador comercial estadounidense, ha matizado las expectativas, indicando que cualquier reducción arancelaria sería probablemente «modesta» y que los desacuerdos comerciales estructurales y de fondo persistirán. Olson subraya que una resolución definitiva requerirá la «participación activa y directa de los presidentes Trump y Xi Jinping«.

En una línea similar, Eswar Prasad, exjefe de la división de China del FMI, advierte que incluso la retirada total de los aranceles más recientes no eliminaría las «altas barreras comerciales y restricciones adicionales» que caracterizan la relación bilateral. Esto sugiere que la actual disputa arancelaria es solo la punta del iceberg de una competencia sistémica más profunda.

Los datos económicos recientes pintan un cuadro complejo: las exportaciones de China a Estados Unidos cayeron más de un 20% interanual en abril. A pesar de este golpe, las exportaciones totales chinas crecieron un 8,1%, superando las previsiones y demostrando la resiliencia y diversificación de su economía. Mientras tanto, la pausa de 90 días en la aplicación de nuevos aranceles por parte de EE.UU. a la mayoría de los países –una concesión que notablemente no se aplicó a China– expira el próximo mes, añadiendo una capa de urgencia para que otras naciones aseguren sus propios acuerdos con Washington.

El impacto de esta guerra comercial de facto se siente con dureza en el tejido empresarial estadounidense. Wild Rye, una marca de ropa femenina para actividades al aire libre con sede en Idaho y producción en China, es un ejemplo paradigmático. Cassie Abel, su directora ejecutiva, reveló que un pedido de 700.000 dólares enfrenta ahora 1,2 millones de libras (aproximadamente 1,5 millones de dólares) en aranceles, en comparación con los 200.000 dólares anteriores. Esta escalada de costes la ha llevado a considerar la venta de partes de su negocio para asegurar liquidez, una muestra del daño colateral de estas políticas en la economía real.

Trump, un defensor de larga data de lo que considera «condiciones comerciales más justas» y crítico con las prácticas comerciales de China, que según él se aprovechan del mercado estadounidense, reiteró su deseo de una mayor apertura de la economía china. El presidente concluyó que la reunión en Suiza podría ser un «punto de inflexión«, insistiendo en que China tiene «más que ganar» con un acuerdo.

El mundo observa con atención. Las negociaciones de este fin de semana en Suiza no solo definirán el futuro inmediato de los flujos comerciales entre las dos mayores economías del planeta, sino que también enviarán una poderosa señal sobre la dirección de la competencia global, la estabilidad de las cadenas de valor y, en última instancia, el equilibrio de poder y la seguridad internacional en una era de crecientes incertidumbres. La diplomacia económica se entrelaza inextricablemente con la alta estrategia, y cada concesión o punto muerto tendrá resonancias mucho más allá de los balances comerciales.

Referencias: Reuters, BBC


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