Rusia enfrenta ausencia de submarinos en el Mediterráneo tras la pérdida de Tartús, Siria

La Armada de Rusia ha perdido uno de sus pilares fundamentales en la región mediterránea tras la caída del régimen sirio de Bashar al-Ásad a finales de 2024, la base naval de Tartús, clave para las operaciones militares rusas en el Mediterráneo durante la última década.


Moscú, Rusia – Moscú sin la capacidad logística y táctica para sostener la presencia de submarinos en estas aguas de alta relevancia estratégica, el Mediterráneo se ha quedado sin submarinos rusos por primera vez en años, marcando un punto de inflexión en la debilitada influencia marítima rusa.

Un repliegue forzado y preocupante

El último submarino convencional ruso que operaba en la región, el Novorossiysk (B-261), un modelo de clase Kilo mejorada, abandonó el Mediterráneo el pasado 2 de enero, cruzando el Estrecho de Gibraltar bajo supervisión de fuerzas aliadas de la OTAN y confirmado días más tarde por la Armada portuguesa. A pesar de su tránsito habitual en superficie, el repliegue de este submarino evidencia un problema más profundo: la imposibilidad logística de mantener operaciones sostenidas en una región donde las bases y escalas técnicas son vitales. Esto se suma a que cualquier presencia prolongada de submarinos de propulsión convencional requiere una infraestructura terrestre que facilite el reabastecimiento, reparaciones y descanso de las tripulaciones, elementos que Tartus proveía hasta hace muy poco.

Desde 2013, la Armada rusa había mantenido una Fuerza de Tareas Permanente en el Mediterráneo, apoyando su despliegue militar con submarinos de clase Kilo, un modelo diseñado para operaciones en zonas costeras y cruciales dentro de las estrategias de proyección de Moscú. Sin embargo, la pérdida de Tartus tras la retirada forzada tras la caída del régimen de Al-Ásad ha evidenciado lo indefensa que se encuentra Rusia en la región sin una base sólida. De hecho, los registros históricos apuntan a que esta es la ausencia más prolongada de submarinos rusos en el Mediterráneo desde antes de la invasión de Ucrania en 2022, lo que también subraya los retos internos enfrentados por la Armada rusa en medio de tensiones globales.

Base naval de Tartús, Siria.

Dificultades logísticas y un futuro incierto

Aunque otro submarino ruso, identificado posiblemente como el Krasnodar (B-265) o el Mozhaisk (B-608), fue avistado saliendo del Báltico el 31 de diciembre de 2024, no se ha registrado su tránsito hacia el Mediterráneo a través del Canal de la Mancha ni su aproximación al Estrecho de Gibraltar. Este retraso genera interrogantes sobre posibles problemas técnicos en la embarcación o complicaciones relacionadas con las escoltas necesarias para garantizar un paso seguro. Esto podría ser un indicio de fallos operativos cada vez más comunes entre los buques de guerra rusos, una señal de las crecientes limitaciones que la economía y la infraestructura militar rusa enfrentan debido al intenso desgaste provocado por la invasión a Ucrania y las sanciones occidentales.

El impacto de esta pérdida se ve agravado por la dificultad de encontrar una base sustituta en la región mediterránea. A pesar de que Moscú mantuvo conversaciones con el nuevo gobierno sirio sobre la posibilidad de mantener el control operativo de Tartus, no se ha materializado un acuerdo. Incluso se ha especulado con otras posibles ubicaciones, como Bengasi, Tobruk o Al Burdi, en el este de Libia, en áreas bajo la órbita del general Khalifa Haftar, respaldado por los intereses pro-rusos. No obstante, hasta ahora no hay indicios claros de la construcción de nuevas instalaciones navales o acuerdos viables que permitan a Rusia recuperar una presencia estable y sostenida en esas aguas.

El colapso de la influencia rusa en el Mediterráneo

La salida obligada de Tartus representa más que un revés táctico. Este enclave había sido, durante más de una década, un pilar de la proyección militar rusa en Oriente Medio y, por extensión, en el norte de África. La base no solo servía como punto de apoyo para sus submarinos y buques de superficie, sino que también era un símbolo de la capacidad de Moscú para competir por el dominio estratégico de una de las rutas marítimas más transitadas del mundo. La reducción de la presencia militar y naval podría significar el debilitamiento de la influencia diplomática rusa en esta región, dejando lugar para que otras potencias, como Estados Unidos, la OTAN o incluso China, se posicionen con mayor fuerza.

Este repliegue también ilustra dificultades más amplias a nivel operacional dentro de las Fuerzas Armadas rusas. El conflicto en Ucrania no solo mantiene sobrecargada la logística militar, sino que ha concentrado gran parte de los recursos económicos y técnicos del Kremlin. La imposibilidad de garantizar un mantenimiento adecuado de las unidades navales y de desarrollar tecnologías avanzadas para la Armada rusa es preocupante y amenaza con dejar a Moscú atrás en la lucha por el dominio marítimo internacional.

Implicaciones más allá del Mediterráneo

El debilitamiento de la capacidad submarina rusa en el Mediterráneo también podría tener implicaciones en otros frentes, como lecciones extrapolables a las operaciones en el Ártico o el Pacífico. Con una economía tensionada y un aislamiento gradual a nivel geopolítico, la capacidad rusa de mantener presencia militar global continuará mermando, mientras otras potencias aprovechan la vulnerabilidad para expandir su influencia.

En definitiva, la salida de los submarinos rusos del Mediterráneo y la pérdida de Tartus simbolizan un golpe significativo para las ambiciones globales de Rusia. En un contexto de intensificación de conflictos internacionales y ajuste de alianzas, la ausencia rusa en estas aguas recalca, una vez más, la complejidad de proyectar poder en un panorama que, cada vez más, desafía los límites de su debilitada maquinaria estatal.

Referencia: Reuters, ABC


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