UNESCO impulsa una red de vigilancia oceánica con 10.000 buques para 2035, transformando la flota comercial en una formidable herramienta de recolección de datos. Este esfuerzo busca asegurar el dominio de la información en el entorno marítimo, esencial para la seguridad global y la predicción de desastres.
NIZA, FRANCIA – En los pasillos de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Océanos, celebrada en Niza, Francia, no solo se habla de ecología. Entre los discursos de líderes mundiales y científicos, se está gestando una estrategia de proporciones globales con profundas implicaciones para la seguridad internacional. La UNESCO ha desvelado su ambicioso plan para transformar una vasta porción de la flota mercante mundial en la red de vigilancia oceánica en tiempo real más grande de la historia, un despliegue que redefine el concepto de inteligencia de dominio marítimo.
El objetivo es tan claro como audaz: equipar 10.000 buques comerciales con instrumental científico avanzado de aquí a 2035. Esta cifra representa quintuplicar la capacidad actual del Sistema Mundial de Observación de los Océanos (GOOS), que ya cuenta con más de 2.000 navíos convertidos en plataformas de recolección de datos. No se trata simplemente de ciencia; es una operación logística y estratégica de gran calado.
En un mundo donde el control de los océanos es sinónimo de poder, la información es el activo más valioso. La UNESCO subraya que el monitoreo continuo y masivo del medio marino es esencial para enfrentar el cambio climático, anticipar fenómenos meteorológicos extremos con precisión militar, proteger infraestructuras críticas submarinas y, en última instancia, garantizar la seguridad en el mar. Cada buque equipado se convierte en un nodo sensor, transmitiendo un flujo constante de datos oceanográficos y meteorológicos que alimentarán los modelos predictivos y los sistemas de alerta temprana de naciones de todo el mundo.

Audrey Azoulay, Directora General de la UNESCO, lanzó un llamado que resonó con urgencia estratégica, describiendo el océano como “la mayor aventura científica de nuestro tiempo”. Su petición de una “inversión masiva” en ciencias oceánicas es un claro aviso: ignorar el conocimiento del entorno marítimo es una vulnerabilidad que ninguna nación puede permitirse.
Actualmente, la inversión en este campo es irrisoria, representando menos del 2% de los presupuestos nacionales de investigación.El esfuerzo no se detiene en la superficie. Una de las prioridades tácticas es la cartografía de alta resolución de los fondos marinos.
Considerada la base de todo conocimiento operativo en el mar, la precisión de estos mapas es fundamental para la navegación submarina, la detección de anomalías, la gestión de recursos estratégicos y la protección de cables submarinos, las arterias vitales de la comunicación global.
En una colaboración estratégica con la Organización Hidrográfica Internacional, se ha logrado mapear el 26,1% del lecho marino, un avance significativo desde el escaso 6% de 2017. Sin embargo, el verdadero tesoro de datos, aproximadamente un 25% adicional, permanece “atrincherado” en archivos de entidades públicas y privadas.
La presión diplomática en Niza se centra ahora en lograr que actores clave como Canadá, Alemania, Noruega y diversas corporaciones liberen esta información clasificada para integrarla en plataformas de acceso abierto, un gesto que multiplicaría exponencialmente la inteligencia global sobre el dominio submarino.
Paralelamente, la UNESCO está desplegando una herramienta de inteligencia biológica de vanguardia: el muestreo estandarizado de ADN ambiental (eDNA). Esta técnica, casi de ciencia ficción, permite identificar miles de especies marinas analizando el material genético suspendido en el agua. Más allá de su valor para la biodiversidad, el eDNA ofrece una capacidad sin precedentes para monitorear cambios sutiles en los ecosistemas, que a menudo son los primeros indicadores de actividad anómala o contaminación. El programa piloto, ya un éxito en 21 enclaves estratégicos, se expandirá a 25 sitios, quintuplicando la recolección de muestras y generando una base de datos biológica de valor incalculable.
En este tablero geopolítico, las palabras de figuras como Arsenio Domínguez, Secretario General de la Organización Marítima Internacional (OMI), adquieren un peso especial. Su afirmación de que el océano es una “responsabilidad compartida” es un llamado a la cooperación, pero también una advertencia sobre los riesgos de la inacción. El presidente francés, Emmanuel Macron, fue aún más directo: “La ciencia es clara, ahora es el momento de actuar”. En el complejo escenario de la seguridad del siglo XXI, dominar la información del vasto y misterioso teatro de operaciones oceánico no es una opción, es una necesidad imperativa.
Referencias: UNESCO