La llegada a Cuba del buque oceanográfico ruso Almirante Vladimirsky, señalado por espionaje en Europa, evidencia la creciente proyección de Moscú en el Caribe. Este despliegue, enmascarado como ayuda humanitaria, representa una calculada maniobra geopolítica en un teatro de operaciones cada vez más tenso.
MOSCÚ, RUSIA – Bajo el sol caribeño y con el pretexto de una misión de cooperación, el buque de investigación oceanográfica Almirante Vladimirsky de la Armada de Rusia atracó en el puerto de La Habana el pasado 7 de junio. Su presencia, sin embargo, proyecta una sombra mucho más larga y compleja que la de una simple visita diplomática. Este navío no es un desconocido en los círculos de inteligencia occidentales; su llegada a la isla representa un nuevo capítulo en la calculada estrategia de proyección de fuerza de Moscú en el hemisferio occidental, utilizando a su histórico aliado como plataforma de operaciones a escasas millas de las costas de Estados Unidos.
Oficialmente, la embarcación arribó tras una gira que incluyó Venezuela y Nicaragua, y según fuentes rusas, transporta material escolar. Pero detrás de esta fachada de ayuda humanitaria se esconde un historial controvertido que enciende las alarmas en las agencias de seguridad. El Almirante Vladimirsky es el protagonista de una investigación periodística europea, titulada «The Shadow War», que lo vincula directamente a un programa sistemático de espionaje de infraestructuras críticas submarinas.
Informes de contrainteligencia de países nórdicos, citados en el documental, describen con detalle cómo este buque, aparentemente científico, se dedicó a mapear meticulosamente parques eólicos, gasoductos y cables de comunicación vitales en el Mar del Norte y el Báltico. Su modus operandi resultaba sospechoso: navegaba con su transpondedor de localización apagado durante largos periodos para operar en la clandestinidad y reducía drásticamente su velocidad al aproximarse a estos puntos estratégicos, un comportamiento anómalo para una misión oceanográfica legítima.

Un oficial de la Royal Navy británica, que siguió de cerca sus movimientos, corroboró que el Vladimirsky merodeó durante semanas en las inmediaciones de siete parques eólicos frente a las costas del Reino Unido y los Países Bajos.
Esta conducta ha llevado a los expertos a cuestionar la verdadera naturaleza de un buque que, aunque construido en 1975 y con un desplazamiento de 9.000 toneladas, parece estar equipado para una guerra silenciosa y submarina.
La intensificación de estas operaciones de inteligencia naval rusa no es un fenómeno reciente. Su origen se remonta a 2014, tras la anexión de Crimea, momento en el que Moscú redefinió su doctrina de confrontación con Occidente.
Desde entonces, navíos de similar perfil han sido detectados en aguas del Mediterráneo, frente a las costas de Irlanda y Portugal, ejecutando misiones de reconocimiento. Un alto oficial de la contrainteligencia danesa fue contundente al afirmar que estas acciones constituyen la preparación de planes de sabotaje, diseñados para ser activados en caso de un conflicto abierto con la OTAN.
El propio jefe de la inteligencia noruega confirmó que este programa es de máxima importancia estratégica y está dirigido directamente desde el Kremlin.
La presencia del Almirante Vladimirsky en Cuba, por tanto, debe ser interpretada en este contexto global. Es una pieza más en el tablero de la geopolítica, una clara demostración de la capacidad rusa para operar en el «patio trasero» de Estados Unidos.
Este episodio se suma a la visita, en junio de 2024, de un destacamento naval mucho más amenazante: el submarino de propulsión nuclear Kazan y la moderna fragata portamisiles Almirante Gorshkov. Aquella demostración de poderío militar provocó una respuesta inmediata de Washington, que desplegó al submarino de ataque USS Helena en su base de Guantánamo, en una inusual ruptura de su política de no revelar la posición de sus activos estratégicos.
Ahora, con el Almirante Vladimirsky anclado en La Habana por tiempo indefinido, la atención de los servicios de inteligencia estadounidenses se mantiene fija en sus movimientos. Cada día que pasa en el puerto cubano no es solo una visita de cortesía, sino un recordatorio de que las aguas del Caribe se han convertido, una vez más, en un escenario clave de la nueva Guerra Fría.
Referencias: BBC, RT, OnCuba News