La Armada de los Estados Unidos enfrenta retrasos en la entrega de dos de sus más esperados portaaviones de clase Ford, el USS John F. Kennedy y el USS Enterprise. Ambos navíos no estarán operativos hasta 2029, un retraso que se atribuye a múltiples factores, incluidos problemas en la cadena de suministro y la persistente escasez de mano de obra en la industria de construcción naval.
WASHINGTON D.C., ESTADOS UNIDOS – La Armada de Estados Unidos (US Navy) enfrenta uno de los mayores desafíos logísticos y de planificación de los últimos años. Dos de sus futuros portaaviones más avanzados tecnológicamente, el USS John F. Kennedy (CVN-79) y el USS Enterprise (CVN-80), experimentan significativos retrasos en su construcción, proyectando su entrega más allá de lo previsto, hacia 2029. Estos aplazamientos no solo magnifican la presión estratégica sobre la flota, sino que también reflejan serios problemas estructurales dentro de la industria de construcción naval estadounidense.
La construcción de los portaaviones de clase Ford, considerados los más avanzados de la Marina, ha enfrentado una tormenta perfecta. Desde problemas en la cadena de suministro hasta la escasez de mano de obra especializada, la industria naval se encuentra en una posición compleja y crítica para cumplir con las demandas de la defensa nacional. Como ha advertido el Honorable Nick Guertin, ejecutivo de adquisiciones de la Armada de los EE. UU., la pandemia de COVID-19 exacerbó estos problemas, dificultando la pronta recuperación de los sectores productivos responsables de suministrar componentes clave.
Uno de los principales problemas reportados en la construcción del USS John F. Kennedy y el USS Enterprise son las fallas persistentes en sistemas clave de misión. Entre los más preocupantes se encuentran los ascensores avanzados para municiones, esenciales para mover armamento desde las bodegas hasta la cubierta, así como el Sistema Electromagnético de Lanzamiento de Aeronaves (EMALS) y su contraparte para la recuperación de aeronaves. Dichos equipos, que representan la vanguardia de la ingeniería aérea naval, son fundamentales para garantizar la capacidad operativa plena de estos buques. Si bien ofrecen ventajas significativas como la aceleración del lanzamiento de aviones en un 30%, su diseño e instalación han resultado ser más complejos y costosos de lo previsto.

El retraso no es solo una cuestión industrial. La clase Ford, con capacidad para transportar aproximadamente 100 aeronaves y equipada con los más modernos sistemas de combate, es un elemento crucial dentro de la estrategia global marítima de los Estados Unidos. Con un precio que asciende a los 13 mil millones de dólares por unidad, estos portaaviones han sido diseñados para suplir el retiro gradual de embarcaciones más obsoletas, asegurando la flexibilidad táctica y un despliegue rápido y decisivo en zonas de crisis.
Sin embargo, con los retrasos actuales, la Armada enfrenta riesgos significativos en su capacidad de despliegue. Esto podría limitar la disposición de portaaviones disponibles para responder eficazmente a emergencias globales, creando potenciales brechas estratégicas, especialmente en contextos de alta tensión como el Oriente Medio, donde el país enfrenta desafíos por parte de los hutíes respaldados por Irán, o en la región del Indo-Pacífico, marcada por el rápido crecimiento de la potencia naval de China.
De hecho, el crecimiento de la industria naval de China, que ha alcanzado históricamente velocidades récord en la construcción de embarcaciones militares, subraya una realidad incómoda: Estados Unidos está construyendo su flota a un ritmo significativamente más lento que su principal competidor estratégico, lo que podría comprometer el equilibrio de poder en los próximos años.
Los desafíos no se limitan exclusivamente a la construcción de los portaaviones de clase Ford. Otros proyectos estrella de la Marina, como el USS District of Columbia (SSBN-826), primer submarino de clase Columbia equipado con armas nucleares, también enfrenta aplazamientos significativos de hasta 18 meses. Este retraso es un recordatorio de que el problema afecta a la totalidad del complejo sistema de construcción naval estadounidense.
La escasez de mano de obra calificada, en particular, sigue siendo una de las piedras angulares del problema. A pesar de los esfuerzos por contratar y capacitar a trabajadores para la industria, empleados capacitados están abandonando los astilleros a un ritmo alarmante. Esto obliga a los contratistas a invertir tiempo y recursos valiosos en la formación de nuevos trabajadores, lo que inevitablemente ralentiza los proyectos en curso.

Durante su administración, el gobierno del expresidente Donald Trump identificó la revitalización de la industria de construcción naval como una máxima prioridad en la agenda de defensa nacional. Una de las propuestas destacadas fue la creación de una oficina dedicada en la Casa Blanca para supervisar y gestionar los complejos desafíos que enfrenta la industria con miras a modernizarla y hacerla más competitiva.
Sin embargo, solucionar esta crisis va más allá de la construcción naval. La Marina depende urgentemente de una estrategia de largo plazo que garantice no solo la entrega de nuevas embarcaciones, sino también la retención y el bienestar de su personal. Los retrasos prolongados no solo comprometen la flexibilidad operativa de la flota, sino que también afectan directamente la moral de la tripulación, expuesta a despliegues más largos y a mayores exigencias físicas y psicológicas que podrían comprometer la eficacia y cohesión de las fuerzas navales.
Con la meta de contar con 10 portaaviones clase Ford para mantener los estándares de respuesta global, la Armada enfrenta una carrera contra el tiempo. Los retrasos en la construcción y actualización de su flota están generando preocupaciones legítimas sobre la capacidad futura de Estados Unidos para mantener su supremacía naval frente a múltiples frentes estratégicos.
Mientras tanto, los ojos del mundo siguen puestos en cómo Washington logra balancear los costos técnicos, financieros y humanos de estos programas, en un momento en que la seguridad global depende cada vez más del control y gestión de los océanos. Las aguas turbulentas no solo amenazan a los buques en construcción, sino también a la posición de liderazgo marítimo de la potencia más grande del mundo.
Referencias: BBC, The Washigton Post