En un movimiento diplomático que busca desescalar las crecientes tensiones en Oriente Medio, representantes de Estados Unidos e Irán han iniciado conversaciones cruciales en Omán. Este encuentro, el de mayor envergadura desde el colapso del acuerdo nuclear de 2015, representa un intento por revivir la diplomacia en torno al controvertido programa nuclear iraní.

MASCATE, Omán – En un escenario geopolítico marcado por una significativa tensión y el eco de recientes enfrentamientos directos, diplomáticos de Estados Unidos y la República Islámica de Irán han iniciado este sábado en Mascate, la capital omaní, una ronda de conversaciones cruciales. El objetivo: intentar encontrar una salida a la crisis latente generada por el acelerado programa nuclear iraní, un expediente que amenaza con desestabilizar aún más un Medio Oriente ya convulso.

Estas negociaciones, las de más alto nivel desde el colapso del acuerdo nuclear de 2015 (JCPOA) tras la retirada unilateral de Washington en 2018, se desarrollan bajo la mediación estratégica de Omán, un actor tradicionalmente discreto pero eficaz en la facilitación de diálogos complejos en la región. Sin embargo, la propia naturaleza del encuentro ya evidencia las profundas fisuras existentes: mientras la Casa Blanca insiste en que se trata de «conversaciones directas», Teherán recalca que el formato es estrictamente indirecto, con el Ministro de Exteriores omaní, Badr bin Hamad al Busaidi, actuando como canal exclusivo de comunicación entre las delegaciones, alojadas en salas separadas.

Enviado estadounidense para Oriente Medio, Steve Witkoff y el ministro iraní de Relaciones Exteriores, Abás Araqch.

La delegación estadounidense está encabezada por el Enviado Especial para Oriente Medio, Steve Witkoff, un diplomático experimentado encargado de navegar estas aguas turbulentas. Frente a él, representando los intereses iraníes, se encuentra el veterano negociador Abas Araqchi, quien a su llegada a Mascate declaró buscar «un acuerdo justo y honorable desde una posición de igualdad», condicionando el éxito a una postura estadounidense recíproca que permita un «entendimiento inicial». Esta postura fue refrendada desde Teherán por Ali Shamkhani, asesor del Líder Supremo Alí Jameneí, quien confirmó que Araqchi viaja con «plena autoridad» y que Irán tiene sobre la mesa «propuestas importantes e implementables», supeditando un «camino tranquilo» a la «buena voluntad» de Washington.

Desde Washington, la postura oficial es firme. La portavoz presidencial, Karoline Leavitt, fue categórica al afirmar el viernes: «Serán conversaciones directas con los iraníes. Quiero dejarlo muy claro». El objetivo primordial, reiteró, es «garantizar que Irán nunca pueda obtener un arma nuclear». Esta «línea roja» fue matizada, aunque no eliminada, por el propio Witkoff, quien si bien mencionó que la exigencia base es el «desmantelamiento completo del programa nuclear iraní», admitió la posibilidad de «encontrar otras maneras de alcanzar un compromiso», siempre y cuando se evite cualquier «militarización de su capacidad nuclear».

Estas conversaciones no ocurren en el vacío. Se desarrollan sobre un telón de fondo extremadamente volátil. Desde el brutal ataque de Hamás contra Israel en octubre de 2023, la región ha sido testigo de una peligrosa escalada, incluyendo ataques directos sin precedentes entre Irán e Israel. Simultáneamente, grupos proxy aliados de Teherán, como Hezbollah en Líbano, Hamás en Gaza y la Resistencia Islámica en Irak, han intensificado sus acciones armadas, elevando la presión internacional y el riesgo de un conflicto regional más amplio.

La dimensión nuclear añade una capa crítica de urgencia. El último informe de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) encendió las alarmas al confirmar que Irán ya posee 274,8 kilogramos de uranio enriquecido al 60% de pureza. Este nivel, peligrosamente cercano al umbral del 90% necesario para fines militares, reduce drásticamente el tiempo teórico que necesitaría Teherán para producir material fisible para un arma nuclear, si decidiera hacerlo. Aunque Irán insiste en la naturaleza estrictamente civil de su programa, sus avances técnicos son vistos con profunda preocupación por las potencias occidentales e Israel, que lo considera una amenaza existencial.

Centrifugadoras de la planta de enriquecimiento de uranio en Natanz, Irán.

La tensión se manifiesta también en las relaciones de Irán con el organismo de vigilancia nuclear de la ONU. Teherán ha amenazado con expulsar a los inspectores de la AIEA si persisten las presiones internacionales, una medida que Washington no dudaría en calificar como una «grave escalada». Paralelamente, el régimen iraní ha minimizado el impacto de las nuevas sanciones estadounidenses dirigidas a sus sectores petrolero y nuclear, con el jefe de la agencia atómica iraní, Mohammad Eslami, declarando desafiante que «no han podido impedir el progreso de esta nación».

Las conversaciones en Mascate representan, por tanto, un intento delicado y quizás desesperado por desactivar una bomba de tiempo diplomática y de seguridad. El éxito es incierto, lastrado por la desconfianza mutua, las narrativas contrapuestas y la sombra omnipresente de un posible enfrentamiento militar, una opción que Israel, a través de su Primer Ministro Benjamin Netanyahu, ha advertido que será «inevitable» si la vía diplomática fracasa. El mundo observa, conteniendo la respiración, el desarrollo de este nuevo capítulo en la larga y compleja saga nuclear iraní.

Referencias: Reuters, The Wall Street Journal, BBC