Durante la operación estadounidense «Midnight Hammer» contra instalaciones nucleares iraníes, 30 misiles Tomahawk Block IV fueron lanzados desde un submarino de la US Navy para atacar los sitios nucleares iraníes de Natanz e Isfahan, a una distancia de 400 millas.
WASHINGTON D.C., ESTADOS UNIDOS – Bajo el velo de la noche del 22 de junio, el cielo sobre Irán se convirtió en el escenario de una de las operaciones militares más audaces y tecnológicamente complejas de la historia reciente. En una acción calculada al milímetro, denominada Operación “Martillo de Medianoche”, Estados Unidos ejecutó un ataque coordinado contra tres de las instalaciones más críticas del programa nuclear iraní: las plantas de enriquecimiento de Fordow y Natanz, y el centro de investigación de Isfahan. El objetivo era claro y contundente: asestar un golpe devastador a las ambiciones atómicas de Teherán sin cruzar el umbral de una guerra total.
La punta de lanza de esta ofensiva fue una formación de siete bombarderos furtivos B-2 Spirit, que, tras un sigiloso vuelo transcontinental, liberaron su carga letal sobre los complejos subterráneos. Se emplearon un total de catorce bombas GBU-57 Massive Ordnance Penetrator (MOP), auténticos «revientabúnkeres» de más de 13 toneladas cada una, diseñadas específicamente para pulverizar hasta 60 metros de roca y hormigón armado. Simultáneamente, desde las profundidades del Golfo Pérsico, submarinos de la Marina estadounidense lanzaron una andanada de treinta misiles de crucero Tomahawk Block IV que dibujaron una trayectoria precisa hacia sus objetivos en Isfahan, a más de 640 kilómetros de distancia.

El éxito de la operación no solo dependió de la potencia de fuego, sino de una sofisticada coreografía de engaño y sigilo. Días antes, el presidente Donald Trump había enfriado las tensiones al declarar públicamente que se tomaría «dos semanas» para evaluar una posible acción militar, una maniobra de distracción deliberada para relajar las defensas iraníes. Mientras la atención mediática se centraba en un despliegue señuelo de bombarderos B-2 hacia el Pacífico, el verdadero escuadrón de ataque se dirigía hacia Oriente Medio en un absoluto silencio de radio.
Tras un maratónico vuelo de 18 horas, con múltiples reabastecimientos en el aire, los B-2 se adentraron en el espacio aéreo iraní. La operación, según fuentes del Pentágono, fue un despliegue masivo que involucró no solo a los bombarderos, sino también a cazas furtivos de escolta y aeronaves de inteligencia y reconocimiento, convirtiéndose en la mayor operación de B-2 jamás registrada, como confirmó el General Dan Caine, jefe del Estado Mayor Conjunto.
El epicentro del ataque fue la instalación de enriquecimiento de Fordow, una fortaleza excavada en las entrañas de una montaña cerca de la ciudad santa de Qom. Las imágenes satelitales analizadas por agencias como Reuters y Maxar Technologies son elocuentes: la cresta rocosa que protegía el complejo ahora muestra seis enormes cráteres, cicatrices del impacto de las bombas MOP. David Albright, del Institute for Science and International Security, fue tajante en su evaluación: “Probablemente, la instalación fue destruida”.
Natanz, otra instalación subterránea clave, corrió una suerte similar, sufriendo daños estructurales severos. Mientras tanto, los misiles Tomahawk impactaron con precisión en el centro de investigación nuclear de Isfahan, justo en el área donde Irán tenía previsto instalar miles de nuevas centrifugadoras.
A pesar del éxito táctico de la misión, un velo de incertidumbre se cierne sobre sus consecuencias estratégicas. Expertos como Jeffrey Lewis, del Middlebury Institute of International Studies, advierten que este golpe podría no ser definitivo. Imágenes satelitales captaron una “actividad inusual” en Fordow en los días previos al ataque, sugiriendo que Irán pudo haber evacuado parte de su uranio enriquecido al 60% a localizaciones secretas. “Es posible que haya instalaciones de las que ni Estados Unidos ni Israel tienen conocimiento”, afirmó Lewis, una preocupación compartida por el senador Mark Kelly, quien teme que el programa ahora se desarrolle “fuera del radar”.
Desde Washington, el mensaje fue una mezcla de contención y amenaza. El Secretario de Defensa, Pete Hegseth, afirmó que el ataque “no busca iniciar una guerra prolongada”, pero advirtió que habrá más represalias si Teherán no se aviene a negociar. El presidente Trump fue más directo: “Recuerden, quedan muchos blancos por destruir”.
Mientras el mundo contiene la respiración, la Agencia Internacional de Energía Atómica (OIEA) monitorea la situación. Aunque no ha detectado fugas radiactivas, la mayor amenaza ahora es que Irán cumpla su promesa de abandonar el Tratado de No Proliferación Nuclear, un acto que cegaría a la comunidad internacional y sumiría el futuro de la región en una oscuridad aún más profunda.
Referencias: Al-Jazeera, CBS News