El archipiélago noruego de Svalbard se ha convertido en un foco de atención y preocupación para las potencias árticas, especialmente para Rusia. Recientemente, el gobierno ruso expresó su fuerte reproche hacia Noruega, acusándola de avanzar hacia la militarización de Svalbard, una acción que Moscú interpreta como una amenaza directa a su seguridad en la región del Ártico.
MOSCÚ, RUSIA – En el vasto y helado teatro del Ártico, donde las consideraciones estratégicas se entrelazan con delicados equilibrios diplomáticos, el archipiélago de Svalbard emerge una vez más como un punto focal de tensión. Recientes acusaciones rusas dirigidas al gobierno noruego sobre una supuesta militarización de estas islas estratégicamente ubicadas han reavivado el debate sobre el futuro de la región y puesto de relieve la creciente desconfianza entre Moscú y la OTAN. Aunque Oslo niega rotundamente tales planes, la mera posibilidad de un Svalbard con capacidades militares reforzadas agita las aguas del Mar de Barents y obliga a reevaluar las posturas defensivas de la Flota del Norte rusa.
Un Enclave Estratégico Gobernada por un Tratado Centenario
La importancia de Svalbard no reside únicamente en sus recursos o su ecosistema único, sino fundamentalmente en su posición geoestratégica crucial. Situado a medio camino entre el norte de Groenlandia y la península de Kola, sede de la poderosa Flota del Norte rusa en Múrmansk, el archipiélago funciona como un guardián natural de las rutas marítimas que conectan el Océano Atlántico con las profundidades del Ártico.
Su estatus legal se rige por el Tratado de Svalbard de 1920, un acuerdo internacional que reconoce la soberanía noruega pero otorga a los países firmantes (incluida Rusia) derechos de residencia y actividad económica. Crucialmente, el tratado restringe explícitamente el uso militar del archipiélago, prohibiendo la construcción de bases navales y fortificaciones. Sin embargo, no lo designa formalmente como una zona desmilitarizada, permitiendo una presencia limitada de las fuerzas armadas noruegas, principalmente en apoyo a las autoridades civiles y patrullaje costero. Es este delicado equilibrio el que ahora parece cuestionado por las recientes fricciones.

La chispa de la controversia actual prendió con declaraciones atribuidas por medios rusos a Moscú, expresando preocupación por una supuesta integración creciente de Svalbard en la planificación militar y política de Noruega y la OTAN. Estas afirmaciones, que según fuentes rusas respondían a comentarios de políticos noruegos abogando por una mayor presencia militar en la zona, fueron rápidamente desmentidas por Oslo. El gobierno noruego fue tajante: no se han tomado medidas para militarizar Svalbard.
No obstante, el incidente subraya una realidad ineludible: para Rusia, un Svalbard militarizado representa una amenaza directa, capaz de alterar significativamente el balance de poder en el Ártico. Analistas sugieren que tal escenario podría debilitar el dominio ruso en la región y poner a prueba las capacidades defensivas de su vital Flota del Norte.
A pesar de la improbabilidad actual, reconocida incluso en entrevistas con fuentes de la Armada Noruega que consideran adecuada la protección proporcionada por la OTAN, el potencial militar de Svalbard es innegable si las circunstancias cambiaran drásticamente. Dada la infraestructura existente, cualquier esfuerzo de militarización se centraría probablemente en el poder aéreo. El aeropuerto de Svalbard, cerca de Longyearbyen, podría convertirse en una base avanzada para cazas de combate, buscando establecer superioridad aérea sobre el Mar de Barents, y para aeronaves de patrulla marítima (MPA).

Operando desde Svalbard, estas MPA tendrían un alcance formidable, cubriendo no solo el Mar de Barents sino también aproximándose al archipiélago ruso de Nueva Zembla, un área sensible que alberga sitios de prueba vinculados a programas rusos de armas estratégicas, como el misil de crucero de propulsión nuclear 9M730 Burevestnik (SSC-X-9 Skyfall). Además, teóricamente, Noruega podría instalar sistemas de radar avanzados, misiles tierra-aire y defensas costeras, e incluso habilitar puntos de reabastecimiento para buques de guerra de la OTAN. Sin embargo, una militarización a gran escala enfrentaría enormes desafíos logísticos y de construcción debido a la remota ubicación del archipiélago.
Desde la perspectiva de Moscú, la mera posibilidad de una amenaza militarizada en Svalbard obliga a recalcular su estrategia defensiva. Tradicionalmente, la Flota del Norte establece un bastión defensivo en el Mar de Barents, una zona protegida que se extiende aproximadamente desde Múrmansk hasta la Isla del Oso (Bjørnøya), al sur de Svalbard.
Un Svalbard hostil obligaría a extender este bastión hacia el norte, dispersando valiosos activos navales y complicando la defensa de sus submarinos estratégicos. La principal preocupación sería la potencial amenaza aérea desde dos direcciones: la continental noruega (Cabo Norte) y, ahora hipotéticamente, desde Svalbard. Esto incrementaría la presión sobre las capacidades de defensa aérea de la flota.
Actualmente, la capacidad rusa para contrarrestar amenazas aéreas avanzadas con armas de largo alcance desde el mar es limitada. El portaaviones Almirante Kuznetsov sigue en un prolongado y accidentado periodo de mantenimiento, y su retorno al servicio activo es incierto. El crucero de batalla nuclear Almirante Nakhimov, de la clase Kirov, está siendo modernizado y se espera que cuente con potentes sistemas de defensa aérea, pero aún no está operativo. Si bien la aviación naval basada en tierra podría intervenir, la defensa de una fuerza de tarea extendida sería un desafío considerable.

Ante un escenario de militarización (insistimos, hipotético y negado por Noruega), Rusia tendría varias opciones, aunque cada una con sus propios inconvenientes:
- Respuesta Defensiva: Reforzar las patrullas aéreas y navales, y desplegar sistemas de defensa aérea más robustos en sus buques y posiblemente en islas árticas bajo su control.
- Ataques Ofensivos: Utilizar misiles de crucero, como los Kalibr, lanzados desde buques o submarinos para neutralizar las hipotéticas instalaciones militares en Svalbard. Sin embargo, la guerra en Ucrania ha demostrado las dificultades de estos misiles para superar sistemas de defensa aérea occidentales modernos como Patriot o SAMP/T, que presumiblemente protegerían cualquier activo militar desplegado por Noruega/OTAN.
- Invasión y Ocupación: Una opción radical sería intentar tomar Svalbard por la fuerza. Para ello, Rusia cuenta nominalmente con unidades especializadas en combate ártico, como la 61ª Brigada de Infantería Naval y la 200ª Brigada Ártica. Sin embargo, ambas unidades han sufrido pérdidas devastadoras en Ucrania, con informes de inteligencia noruegos estimando una reducción de hasta el 80% de sus capacidades a principios de 2023. La capacidad de Rusia para reconstituir estas fuerzas con personal entrenado y equipo moderno es cuestionable. Además, la capacidad de transporte anfibio de la Flota del Norte se ha visto mermada, con varios buques de desembarco clave atrapados en el Mar Negro debido al cierre de los estrechos turcos. Una ocupación, incluso si tuviera éxito inicial, requeriría un esfuerzo naval masivo y continuo para mantener las líneas de suministro frente a la previsible respuesta de Noruega y la OTAN.
Aunque el gobierno noruego reitera que no existen planes para militarizar Svalbard, la sensibilidad estratégica del archipiélago es tal que la simple idea genera una reacción inmediata por parte de Rusia. Moscú es plenamente consciente de que la geografía otorga a Svalbard una posición dominante sobre accesos clave al Ártico. La posibilidad, por remota que sea, de que se convierta en una plataforma militar avanzada de la OTAN representa un desafío directo a su concepto de seguridad en el Alto Norte.
Las tensiones actuales, exacerbadas por el contexto de la guerra en Ucrania y una mayor asertividad rusa en la región ártica en años recientes, convierten a Svalbard en un barómetro del estado de las relaciones entre Rusia y Occidente. El frágil equilibrio definido por el Tratado de 1920 se mantiene, pero la sombra de la desconfianza y la planificación militar estratégica se proyecta cada vez más sobre este remoto y vital archipiélago.
Referencias: RT, Aftenposten