Por más de una década, la Marina de los Estados Unidos se embarcó en un ambicioso programa de modernización para alargar la vida útil de los cruceros de la clase Ticonderoga. Sin embargo, culminó en un fracaso que reveló profundas fallas en planificación, ejecución y supervisión.
Washington, Estados Unidos – Por más de una década, la Marina de los Estados Unidos se embarcó en un ambicioso programa de modernización para alargar la vida útil de los cruceros de la clase Ticonderoga, buques emblemáticos equipados con misiles guiados y diseñados para ser las plataformas más avanzadas en el dominio marítimo. Sin embargo, lo que comenzó como una estrategia para preservar una flota clave en el arsenal naval estadounidense, culminó en un fracaso que reveló profundas fallas en planificación, ejecución y supervisión.
Un informe reciente de la Oficina de Responsabilidad del Gobierno (GAO, por sus siglas en inglés) ha puesto en la palestra los múltiples problemas que plagaron este esfuerzo, convirtiendo un proyecto que aspiraba a ser un referente en modernización naval, en un caso de estudio sobre errores evitables.
Los orígenes del programa de modernización
En 2012, la Armada de EE. UU. propuso retirar siete de sus cruceros de la clase Ticonderoga, una medida que, según sus planteamientos, respondía al envejecimiento de estos buques y al costo asociado a mantenerlos operativos. Sin embargo, el Congreso se opuso a la desmovilización argumentando el valor estratégico de estas naves y aprobó fondos significativos para su modernización. Este fue el punto de partida para el controvertido «programa de modernización por fases», cuya meta era extender la vida útil de estos buques hasta la próxima década.
La estrategia adoptada por la Marina, conocida como «2-4-6», marcaba un enfoque ambicioso: no más de dos cruceros entrarían en el ciclo de modernización cada año, los trabajos en cada buque no superarían los cuatro años y, en ningún momento, más de seis embarcaciones estarían en proceso simultáneamente. Este plan parecía ofrecer una hoja de ruta estructurada, pero, como quedó demostrado posteriormente, estuvo lejos de ser efectivo.

Los desafíos en la ejecución
El programa enfrentó obstáculos significativos desde sus primeras etapas. Uno de los principales problemas fue la reducción drástica del personal a bordo durante los procesos de conservación y modernización. Las tripulaciones pasaron de 350 a apenas 45 marineros asignados a las tareas de «cuidadores», lo que generó dificultades en la implementación y supervisión de los trabajos. Además, los buques fueron desactivados como una medida temporal, algo sumamente inusual en la flota naval estadounidense, lo cual complicó aún más la logística asociada.
El proceso de modernización se estructuró en varias fases, incluyendo tareas de mantenimiento de corto plazo, reparaciones en dique seco y una serie de mejoras tecnológicas que buscaban actualizar los sistemas de combate, navegación y comunicaciones de los cruceros. Sin embargo, el camino estuvo plagado de imprevistos. La GAO informó que el programa sufrió más de 9,000 cambios de contrato, lo que incrementó los costos, retrasó los cronogramas y amplió el alcance de los trabajos de manera desmedida, añadiendo complejidad a un proyecto ya complicado.
De los cinco cruceros seleccionados inicialmente para la modernización —el USS Cowpens, el USS Vicksburg, el USS Gettysburg, el USS Chosin y el USS Cape St. George—, solo tres lograron ser completados luego de costos y tiempos que superaron con creces las estimaciones iniciales. Por el contrario, el resto de los buques (USS Hué City, USS Anzio, USS Cowpens y USS Vicksburg) permanecen incompletos, dejando inversiones multimillonarias varadas en un proceso sin salida evidente.
El impacto financiero y estructural
El informe de la GAO es categórico en su evaluación: el programa de modernización de cruceros fue un fracaso que costó a los contribuyentes una cifra excepcional. Originalmente, se estimó que la modernización de los cinco cruceros seleccionados tendría un costo aproximado de 2,440 millones de dólares. No obstante, al cierre del proyecto, el costo se disparó en un 36 %, alcanzando casi los 3,321 millones de dólares. De ese total, 1,840 millones se destinaron a buques que nunca fueron reintegrados a la flota operativa.
El tiempo de modernización también rebasó las proyecciones originales. Aunque el esquema «2-4-6» contemplaba un periodo individual de cuatro años para cada buque, los trabajos se extendieron entre tres y cinco años según las necesidades específicas de cada crucero. La falta de uniformidad en las tareas de reparación y modernización destacó como un factor crítico que dificultó el manejo eficiente del programa.
Uno de los elementos más alarmantes del informe es la ausencia de herramientas esenciales de planificación y supervisión. Según la GAO, la Marina careció de estrategias claras de adquisición, estimaciones realistas de costos, planes de gestión de riesgos y políticas de supervisión adecuada. Esto no solo permitió que los problemas se acumularan, sino que amplificó el impacto de cada contratiempo a lo largo del proceso.

Lecciones aprendidas y el futuro de las modernizaciones navales
A pesar del descalabro de este esfuerzo, la Marina de los Estados Unidos y el Congreso han mostrado intención de incorporar las lecciones aprendidas en futuros proyectos. El fracaso ha sido, en cierto modo, un catalizador para implementar reformas en los enfoques de modernización, con el objetivo de evitar que la falta de planificación y supervisión comprometan nuevamente iniciativas de esta envergadura.
Uno de los proyectos que promete aplicar un modelo más riguroso es el programa de modernización de destructores de la clase Arleigh Burke (DDG Modernization 2.0). Con un presupuesto estimado en más de 17,000 millones de dólares para actualizar 20 buques, esta iniciativa se presenta como una oportunidad para corregir los errores cometidos con los cruceros Ticonderoga. El enfoque, descrito como «arrastrarse, caminar, correr», supone un desarrollo gradual que permita identificar y mitigar problemas avanzando de manera progresiva.
El Capitán Tim Moore, director del programa de modernización de destructores, enfatizó la prioridad de aprender de los fracasos anteriores. «Estamos aplicando un enfoque cauteloso que integre las lecciones aprendidas de los cruceros. El objetivo es construir un proceso transparente y sostenible que garantice la máxima eficacia», señaló Moore en una conferencia naval este año.

Un punto de inflexión para la Marina de los Estados Unidos
El histórico fracaso de la modernización de los cruceros de la clase Ticonderoga representa un recordatorio contundente sobre los riesgos de subestimar la complejidad de los proyectos de modernización naval. Aunque las iniciativas futuras parecen estar mejor encaminadas, las cicatrices financieras y operativas de este esfuerzo fallido dejan una deuda que la Marina se esfuerza por saldar, no solo en recursos económicos, sino también en credibilidad ante el Congreso y el público estadounidense.
El informe de la GAO deja claro que no se puede repetir este tipo de errores. La modernización naval, imprescindible en un contexto global cada vez más competitivo, dependerá de la capacidad de la Armada de los Estados Unidos para aprender y evolucionar a partir de sus propias fallas. El reto ahora radica en transformar estas lecciones en estrategias sólidas que aseguren que los buques del futuro puedan navegar con confianza y eficiencia los mares de un mundo en constante cambio.
Referencias: GAO